POR José Luis Umaña Saldaña
Brindar en las fiestas de fin de año cobra un sentido especial cuando esta bebida se suma a la mesa y transforma los encuentros en recuerdos compartidos
El vino ocupa un lugar esencial en las celebraciones de fin de año: acompaña los brindis, enriquece los sabores de los platillos y convierte cada reunión en una experiencia inolvidable. Ya sea para recibir el nuevo año, compartir una cena familiar o levantar la copa con amigos, el vino añade calidez, elegancia y un toque de complicidad a cada momento. En estas líneas encontrarás recomendaciones para disfrutar y maridar correctamente champagne, vinos blancos, tintos y de postre, de modo que cada brindis logre el equilibrio perfecto.
El sonido del corcho al liberarse, la espuma que se eleva al llenar la copa, los hilos de burbujas ascendiendo con gracia y la sensación vibrante en el paladar forman parte de un ritual que asociamos con el gozo. Celebrar es detener el tiempo para saborear la vida, y en ese escenario el vino ocupa un lugar privilegiado como sinónimo de sofisticación y alegría compartida. Hablar de lujo es hablar de objetos elaborados con cuidado, paciencia y maestría. En el caso del champagne —el vino espumoso más célebre del mundo—, los productores cuidan cada detalle, desde la cosecha de las uvas hasta la crianza en botella. El resultado es más que una bebida: es una experiencia sensorial que refleja siglos de tradición y excelencia. Cada burbuja cuenta una historia de tierra, clima y oficio, una herencia transmitida de generación en generación.
En la copa, un espumoso se distingue de inmediato: limpio, brillante, con burbujas finas y persistentes que ascienden en forma de rosario y coronan la superficie con un delicado encaje efervescente. En nariz, revela aromas de frutas cítricas y manzana fresca, combinadas con notas de panadería —que recuerdan al brioche recién horneado— y matices de frutos secos como almendra, avellana o nuez. En boca, el champagne es una explosión de sensaciones: acidez, cuerpo y alcohol se funden con la danza vibrante de las burbujas en un equilibrio que resulta divertido, elegante e inolvidable. Su carácter festivo ha hecho del champagne un símbolo universal de celebración, presente en momentos históricos, brindis familiares y promesas de amor.
Más allá de su belleza sensorial, el vino es un aliado versátil para la mesa navideña. Un espumoso es el aperitivo ideal para abrir un encuentro, un compañero perfecto para un gran banquete o el broche de oro de una velada especial. Beberlo solo es un placer, pero su capacidad de armonizar con distintos alimentos lo convierte en un aliado gastronómico excepcional: langosta a la mantequilla, pavo con salsa de naranja o incluso platillos mexicanos de picor suave.
El vino ocupa un lugar esencial en las celebraciones de fin de año.
El contraste con un mole poblano resulta sorprendente y delicioso, y su frescura también lo hace el complemento perfecto para postres como una panacota con salsa cítrica o un crumble de manzana.
El vino blanco aporta frescura y versatilidad a las fiestas. Los blancos jóvenes, ligeros y con acidez marcada se llevan de maravilla con ensaladas, pescados al horno, bacalao a la vizcaína o guarniciones a base de verduras. Por su parte, los blancos con crianza en barrica —más complejos y untuosos— armonizan con platillos cremosos, aves rellenas, pastas en salsa blanca o incluso con quesos de pasta blanda como brie o camembert. Además, su ligereza los convierte en una excelente opción para comidas de mediodía, cuando el ambiente es más relajado y la conversación fluye con naturalidad.
El vino tinto tiene un lugar central en las mesas de fin de año, sobre todo junto a los platos más estructurados. Un tinto ligero, como un Pinot Noir, es excelente para pavo, pato o carnes blancas asadas, pues respeta su delicadeza. En cambio, un tinto de mayor cuerpo, como un Cabernet Sauvignon o un Nebbiolo, realza cortes de res, cordero o estofados especiados; mientras que un Malbec o un Tempranillo de crianza resulta ideal para acompañar carnes a la parrilla y quesos maduros. Cada variedad aporta matices únicos que invitan a descubrir nuevos maridajes y a disfrutar la diversidad de regiones vitivinícolas que les dan identidad propia.
Tampoco hay que olvidar los vinos dulces, que encuentran su momento ideal al cierre de la velada. Un vino de cosecha tardía o un Sauternes potencia postres a base de frutas, turrones, panettones y galletas navideñas. Un oporto, en cambio, envuelve sabores intensos de chocolate, frutos secos o quesos azules como roquefort o gorgonzola, logrando maridajes tan contrastantes como memorables. Son el toque final de la celebración, cuando el reloj deja de importar y solo queda el placer del sabor y la compañía.
En las celebraciones decembrinas, permite que el espíritu de unión se manifieste al descorchar una botella y llenar las copas de vino: símbolo de buenos deseos, de instantes que se atesoran y de la alegría compartida en cada brindis.
JOSÉ LUIS UMAÑA SALDAÑA
Vicepresidente de la Asociación de Sommeliers Mexicanos, A.C. Asesora centros de consumo e imparte catas de vinos, destilados y cervezas. Es embajador de marcas de prestigio de vinos y destilados nacionales e internacionales.